sábado, 17 de abril de 2010

La estación de tren.

Llego tarde, todos los asientos en los vagones del tren están ya ocupados, parece que vaya a reventar, incluso hay gente de pie en los pasillos, no cabe un alma, es un caos, me agobio solo con verlo.

El tipo de la taquilla no me avisó de aquella situación al venderme el billete. Debería volver y partirle la cara, como si él no fuera consciente de que había vendido mas tickets de la cuenta.

Recorro el tren por fuera, observando por las ventanillas como la chusma es capaz de aglomerarse así, cada vagón es peor, pero tengo que decidir subir o quedarme, llego hasta el último vagón, es ahí o nada. Aparto sutilmente al gentío para hacer hueco a mi maleta y a mi. Parecemos sardinas enlatadas. Pienso que no soy capaz de aguantar un viaje así, que me falta el aire, que necesito espacio, cuando de pronto aparece un grupo de chinos, no tengo nada en contra de ellos, pero siempre aparecen en multitud. También ellos han andado hasta el último vagón y piensan que es aquí o nada. Ni siquiera hay espacio para respirar. Parece que se dan cuenta de eso, y suspiro de alivio.
De pronto se ponen a discutir entre ellos, y uno, el jefe según deduzco, agarra una maleta e intenta meterla a presión entre la multitud de la que formo parte. Luego viene lo peor, los chinos empiezan a hacerse sitio, están decididos a entrar de cualqueir forma, parece el fin.

El tren anuncia que parte en breve, y eso nos pone a todos nerviosos, especialmente a los chinos que intentan hacerse hueco. Me planteo seriamente bajar de ahí. Lo pienso un segundo, luego intento moverme, pero resulta imposible, vuelvo a intentarlo pero no hay suerte. Me pongo nervioso, siento que me falta el aire, necesito respirar, necesito mi espacio. El tren anuncia el último aviso, los chinos se ponen aún mas nerviosos y empujan con más fueza para entrar. En un último intento de desesperación agarro la maleta y con todas mis fuerzas tiro hacia la salida, me siento aplastado entre los cuerpos. La gente me farfulla idioteces, pero yo sigo empujando con fuerza, consigo salir, pero la maleta queda atrapada entre la gente, tiro, vuelvo a tirar, se escucha un grito, se escuchan varios gritos, luego varios insultos. Al fin consigo sacar la maleta de ahí, el tren anuncia que cierra sus puertas. Echo a andar por la estación sin saber qué hacer, me acerco a una cabina, marco un número y espero.

-¿sí?
-Nena, no puedo irme en ese tren, esto es peor que el infierno, voy a dejar que el tren se vaya sin mi.
-¿Qué dices? Venga, vuelve para dentro, te van a quitar el sitio.
-Demasiado tarde nena, estoy abajo y no pienso volver, no hay aire ahí dentro, no hay sitio para mi nena, es peor que el infierno.
-Bueno, vale, no te muevas, voy a buscarte.

En la estación sólo quedamos mi maleta y yo cuando ella llega.
-¿Qué has hecho con el ticket del tren?.
Hurgo en los bolsillos y se lo doy.
-Joder, Jesse, no creo que puedas recuperar el dinero ahora.

Me agarra de la chaqueta y me arrastra a las taquillas. Habla con el tipo que me vendió el ticket, está alterada, dice algo del infierno y del aire. Luego veo como guarda el dinero que le devuelven.

Salimos de aquel lugar y me lleva a su casa.

-Gracias nena, no sé como lo haces, siempre estas ahí para salvarme de mi locura, de mi desesperación, para hacerme comprender que las cosas no son tan complicadas.
-Jesse, no me vengas con cursilerías.
-Eres la mejor, nena.

2 comentarios:

Miguel Baquero dijo...

Joder, cómo se agradecería tener una persona siempre que viniera al rescate de uno.

Jesse Custer dijo...

Y que lo digas, verdad? jeje