lunes, 12 de abril de 2010

El viejo tocadiscos.

Poníamos el viejo tocadiscos cada noche, no importaba que música fuera. Ella bailaba y bailaba para mi, y con dos copas de mas era yo quien bailaba para ella. Bailábamos todas las noches. Nunca juntos. Era un juego, un juego genial. Y cada vez era diferente. Disfrutaba mirándola, ella se reía mucho cuando era yo quien bailaba, tropezándome con todo, intentando coordinar un pie con otro pero siempre sin logarar nada. No importaba que sonara el teléfono o que llamaran a la puerta para que bajáramos el volumen, o que los vecinos pegaran voces, maldiciendo nuestra música. Solo importaba bailar y bailar al son del viejo tocadiscos, bailar toda la noche, y reír, reír toda la noche.

El resto del día no nos soportábamos. Nos odiábamos. No podíamos aguantarnos, esperábamos cada día a que cayera la noche para poner el viejo tocadiscos, y olvidarnos de todo mientras bailábamos y bailábamos. Era el único momento del día en que disfrutábamos juntos. ¡Incluso nos reíamos!. Era un juego, un juego genial, y era nuestro, solo nuestro.
Pero ella empezó a invitar gente a casa cada noche, para que me vieran bailar, para que me vieran borracho y como me estampaba contra el suelo cuando bailaba. Eso no me gustaba, me incomodaba pero a ella parecía encantarle y reía mas y mas que cuando bailábamos solos. Así que lo dejé pasar... al principio.

Los demás nunca bailaban, solo miraban y daban palmas mientras gritaban una y otra vez; -¡Baila!, ¡baila borracho!, ¡baila!. Y todas las noches fueron iguales, aquel salón lleno de gente, que se bebían mis cervezas, escuchaban la música de mi viejo tocadiscos, se fumaban mis cigarrillos, los hombres desnudaban a mi mujer con la mirada, y de mí se reían a carcajadas, las mujeres solo me llamaban para ridiculizarme, para tomarme por ignorante. No soportaba a nadie.

Un buen día me cansé. Ya estaba bien. Ya no quise mas. Una noche me quedé quieto mientras todos daban palmas y reían y gritaban y me miraban esperando que hiciera algo gracioso, pero para mi ya no tenía sentido, me quedé observando sus grotescas caras de felicidad y sus gestos mundanos. Gritaban mi nombre incitándome a seguir bailando. Pero seguí ahí quieto. Paré la música. Pero sus voces no cesaron, seguían gritando y dando palmas. Agarré a una muchacha que tenía al alcance, tomé su cuello y la besé metiendole mi lengua húmeda hasta la garganta, hacía amagos de apartarse pero la tenía fuertemente agarrada del cuello. La solté. Escupió. Aquel gesto consiguió al fin que todos los presentes callasen. Silencio. Y ahí seguía yo, quieto, observando como sus miradas desprendían odio hacia mi.
Mi mujer se levantó, se acercó a mi y me derramó su vaso, no sé que contenía pero olía a mierda, me pregunté que clase de bebida estaría tomando, da igual, no importa. Me dijo que no quería volver a verme, que ya no era gracioso. Yo no dije nada. Tomé mi viejo tocadiscos y salí de ahí.

Alquilé una habitación en una pensión y comencé a bailar delante de un espejo, ahí me vi por primera vez bailando solo, completamente borracho, tropezando con la cama, con los muebles y las paredes, me caí al suelo, me levanté con gran esfuerzo. Me sentí patético, me encendí un cigarro y seguí bailando delante del espejo toda la noche, con mi camisa sucia y mi orgullo limpio.

Nunca mas volví a saber nada de ella ni de sus fiestas.

3 comentarios:

Bárbara dijo...

Jeje, es importante poder mirarse a los ojos mientras uno baila, aunque sea con el orgullo sucio y pestilente.
un saludo.

Sara Sáez. dijo...

Mmmmmmm.....ya te lo conocía. Me gustó mucho y me sigue gustando. Es curioso ver como tus personajes intentan mantener la dignidad mientras la pierden. Creo que sólo disimulan.

Castorin dijo...

Me quedo con esta frase demoledora: "Me sentí patético, me encendí un cigarro y seguí bailando delante del espejo toda la noche, con mi camisa sucia y mi orgullo limpio".

Creo que representa la esencia del relato. Por cierto, muy bueno, una vez más.

Un cordial saludo.