viernes, 26 de noviembre de 2010

Solitarios.


Lo habíamos dejado hace mucho tiempo, no recuerdo los años si quiera. La verdad no sé para qué coño habíamos decidido quedar ahora después de tanto tiempo. La tensión sexual era obvia. Estábamos hablando de no sé qué cojones en una cafetería. No entiendo cómo logró liarme para verme, la verdad es que ni siquiera estoy seguro de que me llamara ella o si fui yo quien la llamó. Qué mas da. Ella estaba igual que siempre, o al menos así me lo pareció, en todo caso algún kilito de más pero nada preocupante ni nada que destacase especialmente.
Yo a lo largo de mi vida siempre evitaba mirarme lo menos posible ante un espejo, lo evitaba por encima de todo, incluso entraba de espaldas en los ascensores para no toparme de frente con uno, de todas formas a veces inevitablemente no me quedaba mas remedio que observar mi reflejo en uno y la imagen que veía no era, sino la de un completo desconocido, siempre que esto ocurría me sorprendía a mi mismo con una nueva cana o una nueva arruga. Me preguntaba por curiosidad qué es lo que ella vería en mí después de todo este tiempo. No sé quien lo dejó con quien o si fue cosa de los dos, pero tampoco quiero hacer memoria. Eso ya no importaba. Qué mas da.
Decidimos abandonar la cafetería e irnos a su antiguo piso, hablamos del tiempo como cuando hablas de cualquier cosa por no quedarte callado, aunque yo realmente prefería el silencio a este tipo de conversaciones absurdas. Pero si hay que hablar de gilipolleces, se habla de gilipolleces que no pasa nada. Al fin llegó el momento en que ninguno de los dos tenía nada que decir. Por desgracia tuve la compasión de percatarme en que ella estaba incómoda con aquel silencio, así que decidí sacar un tema y como si tal cosa le pregunté por su nuevo novio, no sé por qué dije aquello cuando en realidad me importaba una mierda, lo peor era que cuanto más me contaba lo feliz que era con él, más me sentía envejecer por momentos, la observaba mientras hablaba de él, se entretenía en rascarse la nariz, acariciarse el pelo, la mirada siempre perdida observando el vacío, se entretenía también en jugar con la cajetilla de tabaco, todos aquellos gestos no hacían más que desmentir sus palabras, pude ver perfectamente que nada era tan genial como estaba diciendo, pues ni siquiera ella misma era capaz de creerse sus propias palabras. Menuda golfa mentirosa. De pronto me lance a su boca como si tal cosa, y no se apartó.
Total, que así me encontraba ahora, tirado en el sofá encima de ella con los pantalones tirados por el suelo y mi miembro erecto entre sus piernas, seguía comportándose igual que años atrás cuando follábamos, la cabeza se le inclinaba un poco hacia atrás con los ojos entornados y su cara ligeramente sonrojada por la vergüenza de su propio placer, aunque no era la misma, algo no iba bien, la sentía vacía, como si nada le importase y no supiera muy bien qué estaba haciendo en aquel momento. La verdad es que no sé por qué hice aquello y aún me preguntó como ella me permitió hacerlo. El caso es que acabé pronto, no quise entretenerme, salí de su cavidad dejando su cuerpo de nuevo vacío, vacío como me había demostrado que se encontraba. Decepcionante. Ya no era la persona llena de vitalidad, segura de sí misma y ese carácter con el que se comía el mundo entero, solo veía en ella un trozo de carne inerte, moviéndose de allá para acá sin tener muy claro por qué, ni qué hacer ni qué decir, insegura incluso de su propia respiración, de su propia existencia y del mundo que la rodeaba, como si su propia vida fuera un sueño de esos que solo tienes un recuerdo impreciso y piensas si ha pasado de verdad o no. Así era su vida, así me la había demostrado, y follarla de aquel patético y triste modo no ayudó en nada, pues ni siquiera seguía manteniendo el fuego que la caracterizaba, su piel ya no hervía con nada, ni siquiera con el sexo ni con el contacto de un pene. Tuve la necesidad de huir de allí, necesitaba escapar, cada segundo que pasaba a su lado era un suplicio, no podía hacer nada por ayudarla por el rencor que aún le guardaba, por todo el daño que me había hecho pues ni siquiera tenía la ligera idea de todo lo que había sufrido su ausencia. Tenía que salir, verla fue un error, otro más. Busqué rápidamente los pantalones, con las prisas me los puse al revés, ella me miraba sin decir nada mientras me volvía a bajar los pantalones para ponérmelos bien. Me odié por todo lo que sentía en aquel momento, me odié por la imagen que ella me había dado de si misma, pero no podía hacer nada, solo huir.
Me di pena a mi mismo, me sentí patético por compadecerme de ella, pero odié aún más al tipo que la estaba echando a perder, estaba convencido que él era el culpable de haberse comido todo lo que ella fue en un pasado, él, la persona con la que había decidido compartir su vida, él, maldito bastardo, si lo tuviera delante lo mataría a sangre fría sin dudarlo un momento, pagaría por no tratarla como se merece, pagaría por destrozar su existencia y permitir que se consumiera día a día. Cerré los ojos, tomé aire y le dije que tenía que marcharme, que había sido un placer verla de nuevo y deseándole que de verdad todo le fuera bien.
Me encontraba en la calle, andando sin rumbo a ningún lugar, pues me había quedado destrozado después del rato pasado con ella. Pensando como era posible que una persona se desintegrase de aquel modo, no entendía como una mujer con el carácter que ella tuvo se evaporase de aquella manera en los años que habían pasado. Sentí un escalofrío, pues si algo así podía ocurrirle a ella yo también estaba en peligro. Y el mundo entero, también.

1 comentario:

Sally Carver dijo...

Allí el tiempo, los otros como un gran espejo que nos refleja y nos deforma. La fragilidad, el desencanto: la decadencia.
La maravilla de los textos que hablan de la decadencia quizá radique en que muestra lo más bajo, lo más terrenal y soez del ser humano...; ¿quién dice que la rueda no está girando y que un día nosotros seremos los que estaremos debajo?
Maravilloso texto: tocó todas y cada una de mis entrañas sensitivas.