martes, 8 de noviembre de 2011

Mientras, fuera, estallaba la guerra.



Me arrestaron por matar el tiempo. Entraron a mi casa un día cualquiera, abrieron la puerta de golpe, yo me encontraba sentado en el sofá, en camisa y calzoncillos, bebiendo una cerveza. No avisaron, no les esperaba. Hicieron mucho ruido cuando llegaron.
Me levantaron del sofá sujetándome por los brazos: -Queda usted detenido por matar el tiempo. No dije nada, me quedé mudo, no me dieron tiempo a terminar la cerveza ni a ponerme unos pantalones. Un pequeño grupo de gente se agrupó en la puerta de mi casa asomando la cabeza por ella, los muy curiosos, miraban también a través de ventanas, a través de las mirillas de las puertas de las terrazas, desde las plantas bajas y las altas.. Me arrastraron fuera, apartando a los mirones y empujándome a la frialdad de la calle. Fuera, una madre tapaba los ojos a su hijo, un anciano escupía al suelo sin quitarme ojo, una joven me escrutaba con la boca abierta, pensando qué estaría ocurriendo, cosa que ni yo sabía. Otra chica se masturbaba mientras contemplaba la escena, otra vino a mi y me estampó un beso en la boca, un joven me observaba con el ceño fruncido.

Me metieron en un coche y yo me dejé llevar mientras miraba fijamente mis calzoncillos, pensé que debería habérmelos cambiado por otros mas bonitos y limpios. En la carretera el tráfico estaba parado, todos se apartaban para dejarnos paso, nos saltamos semáforos en rojo, jamás me habían tratado con tanta delicadeza, me sentí alguien importante. 

Bajé la ventanilla para que entrara el aire, hasta entonces no me había percatado del completo silencio que reinaba fuera; los perros habían dejado de ladrar, los coches ya no golpeaban sus claxon, los niños habían dejado de pegar patadas al balón, los recién nacidos ahogaban sus llantos, nadie se quejaba de nada, ni siquiera el viento se dignaba a dejarse oír, se había quedado todo completamente en silencio, completamente parado, mientras me llevaban no sabía donde.

Intenté decir algo, moví los labios pero no salieron palabras, uno de mis raptores también habló, pero no salió voz alguna de su garganta. Grité, tosí, volví a gritar pero no había forma de recuperar la voz. El tiempo que conducía giró la cabeza hacia atrás, me miró y se puso un dedo entre los labios, pidiéndome que guardase silencio, quise decirle que no se preocupara, que ninguno teníamos voz, pero de nuevo de mi garganta no hubo sonido alguno por mucho que moviera los labios. El tipo volvió a repetir el gesto y ya no dije nada más. Mientras, fuera, todo seguia igual, nada había cambiado. El tipo que estaba de copiloto enchufó la radio, al principio solo se escuchó ruido, como cuando intentas sincronizar bien un canal de radio pero no lo consigues, hasta que al final sintonizó algo. Al principio no lo reconocí, hasta que caí en la cuenta de que era el inconfundible Schubert. Su música me relajó un poco, mientras intentaba seguir hablando pero sin lograr decir nada.

Me acompañaron a mi celda del psiquiátrico, yo intentaba decirles que necesitaba cambiarme los calzoncillos, pero nadie me escuchaba porque no tenía voz. Me empujaron dentro, realmente no se estaba mal del todo allí. Por un momento me acordé de la cerveza que me había dejado a medias cuando me sacaron de casa, pero fue un pensamiento pasajero, pronto lo olvidé de nuevo.

Mientras, fuera, estallaba la guerra.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya cambio de tercio, me gusta! La idea de matar el tiempo es genial. Ya era hora.

Jesse Custer dijo...

Mas vale tarde, compañera.

Un Abrazo y Un Placer.

Anónimo dijo...

Me parece de una gran originalidad. Gracias por compartirlo.

Jesse Custer dijo...

A ti por leerlo, persona anónima.

Anónimo dijo...

que bueno Jesse!! me alegro de leerte de nuevo..me ha encantado como has empezado la historia. Primera frase impactante que te atrapa..por cierto soy elena, xikabuk. Abrazos my friend!