viernes, 26 de noviembre de 2010

Solitarios.


Lo habíamos dejado hace mucho tiempo, no recuerdo los años si quiera. La verdad no sé para qué coño habíamos decidido quedar ahora después de tanto tiempo. La tensión sexual era obvia. Estábamos hablando de no sé qué cojones en una cafetería. No entiendo cómo logró liarme para verme, la verdad es que ni siquiera estoy seguro de que me llamara ella o si fui yo quien la llamó. Qué mas da. Ella estaba igual que siempre, o al menos así me lo pareció, en todo caso algún kilito de más pero nada preocupante ni nada que destacase especialmente.
Yo a lo largo de mi vida siempre evitaba mirarme lo menos posible ante un espejo, lo evitaba por encima de todo, incluso entraba de espaldas en los ascensores para no toparme de frente con uno, de todas formas a veces inevitablemente no me quedaba mas remedio que observar mi reflejo en uno y la imagen que veía no era, sino la de un completo desconocido, siempre que esto ocurría me sorprendía a mi mismo con una nueva cana o una nueva arruga. Me preguntaba por curiosidad qué es lo que ella vería en mí después de todo este tiempo. No sé quien lo dejó con quien o si fue cosa de los dos, pero tampoco quiero hacer memoria. Eso ya no importaba. Qué mas da.
Decidimos abandonar la cafetería e irnos a su antiguo piso, hablamos del tiempo como cuando hablas de cualquier cosa por no quedarte callado, aunque yo realmente prefería el silencio a este tipo de conversaciones absurdas. Pero si hay que hablar de gilipolleces, se habla de gilipolleces que no pasa nada. Al fin llegó el momento en que ninguno de los dos tenía nada que decir. Por desgracia tuve la compasión de percatarme en que ella estaba incómoda con aquel silencio, así que decidí sacar un tema y como si tal cosa le pregunté por su nuevo novio, no sé por qué dije aquello cuando en realidad me importaba una mierda, lo peor era que cuanto más me contaba lo feliz que era con él, más me sentía envejecer por momentos, la observaba mientras hablaba de él, se entretenía en rascarse la nariz, acariciarse el pelo, la mirada siempre perdida observando el vacío, se entretenía también en jugar con la cajetilla de tabaco, todos aquellos gestos no hacían más que desmentir sus palabras, pude ver perfectamente que nada era tan genial como estaba diciendo, pues ni siquiera ella misma era capaz de creerse sus propias palabras. Menuda golfa mentirosa. De pronto me lance a su boca como si tal cosa, y no se apartó.
Total, que así me encontraba ahora, tirado en el sofá encima de ella con los pantalones tirados por el suelo y mi miembro erecto entre sus piernas, seguía comportándose igual que años atrás cuando follábamos, la cabeza se le inclinaba un poco hacia atrás con los ojos entornados y su cara ligeramente sonrojada por la vergüenza de su propio placer, aunque no era la misma, algo no iba bien, la sentía vacía, como si nada le importase y no supiera muy bien qué estaba haciendo en aquel momento. La verdad es que no sé por qué hice aquello y aún me preguntó como ella me permitió hacerlo. El caso es que acabé pronto, no quise entretenerme, salí de su cavidad dejando su cuerpo de nuevo vacío, vacío como me había demostrado que se encontraba. Decepcionante. Ya no era la persona llena de vitalidad, segura de sí misma y ese carácter con el que se comía el mundo entero, solo veía en ella un trozo de carne inerte, moviéndose de allá para acá sin tener muy claro por qué, ni qué hacer ni qué decir, insegura incluso de su propia respiración, de su propia existencia y del mundo que la rodeaba, como si su propia vida fuera un sueño de esos que solo tienes un recuerdo impreciso y piensas si ha pasado de verdad o no. Así era su vida, así me la había demostrado, y follarla de aquel patético y triste modo no ayudó en nada, pues ni siquiera seguía manteniendo el fuego que la caracterizaba, su piel ya no hervía con nada, ni siquiera con el sexo ni con el contacto de un pene. Tuve la necesidad de huir de allí, necesitaba escapar, cada segundo que pasaba a su lado era un suplicio, no podía hacer nada por ayudarla por el rencor que aún le guardaba, por todo el daño que me había hecho pues ni siquiera tenía la ligera idea de todo lo que había sufrido su ausencia. Tenía que salir, verla fue un error, otro más. Busqué rápidamente los pantalones, con las prisas me los puse al revés, ella me miraba sin decir nada mientras me volvía a bajar los pantalones para ponérmelos bien. Me odié por todo lo que sentía en aquel momento, me odié por la imagen que ella me había dado de si misma, pero no podía hacer nada, solo huir.
Me di pena a mi mismo, me sentí patético por compadecerme de ella, pero odié aún más al tipo que la estaba echando a perder, estaba convencido que él era el culpable de haberse comido todo lo que ella fue en un pasado, él, la persona con la que había decidido compartir su vida, él, maldito bastardo, si lo tuviera delante lo mataría a sangre fría sin dudarlo un momento, pagaría por no tratarla como se merece, pagaría por destrozar su existencia y permitir que se consumiera día a día. Cerré los ojos, tomé aire y le dije que tenía que marcharme, que había sido un placer verla de nuevo y deseándole que de verdad todo le fuera bien.
Me encontraba en la calle, andando sin rumbo a ningún lugar, pues me había quedado destrozado después del rato pasado con ella. Pensando como era posible que una persona se desintegrase de aquel modo, no entendía como una mujer con el carácter que ella tuvo se evaporase de aquella manera en los años que habían pasado. Sentí un escalofrío, pues si algo así podía ocurrirle a ella yo también estaba en peligro. Y el mundo entero, también.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Gélida noche.


Siento el frío del revolver dentro de mi boca, sabe a grasa y a gélido metal, todo mi cuerpo tiembla mientras sostengo el arma en esta posición. Ella se encuentra tirada a mi lado, tan cerca de mi que es inevitable pisar la sangre viscosa que emana de su cuerpo empapando toda la moqueta del apartamento.

Es de noche y la habitación solo está iluminada por alguna farola del exterior, y por las luces de las sirenas de policía que intermitentemente asoman durante milésimas de segundo a través de la ventana para volver a desaparecer. Entre las sombras se distinguen varias personas apuntándome con sus respectivas armas, también se escuchan sus voces: -Tire el arma y entréguese, no volveré a repetírselo. Cierro los ojos con fuerza mientras me desplazo unos centímetros y uno de mis pies tropieza con el inanimado cuerpo de ella. Un frío espectral recorre mi piel mientras mi dedo acaricia el gatillo del arma.

Apenas unas horas antes jamás hubiera imaginado una situación así, o puede que tal vez si. Recuerdo hace unos años cruzando la interestatal 5 en California, ella iba al volante cuando pasamos por un cartel que marcaba Los Ángeles 152, de pronto se colocó en el carril contrario cuando la gran mediana de césped que separaba ambas direcciones le permitió hacerlo, pensé que sería nuestro fin al estrellarnos contra algún coche de frente, avanzó así durante unos kilómetros hasta que decidió detener el coche en el arcén, me miró con los ojos muy abiertos y preguntó: -¿Me quieres Jesse?. La miré sorprendido y asustado: -Joder nena, claro que si, te quiero, pero no vuelvas a hacer algo así joder. Se llevó las manos a la cara y comenzó a gritar diciendo que si no la quería y que si pensaba dejarla este era el momento de decírselo. Intenté calmarla mientras la convencía para conducir yo.
Hubo una noche en la que me levanté de madrugada para hacerme algo caliente de beber, unos minutos mas tarde se acercó a ver qué estaba haciendo y me preguntó de pronto si alguna vez había tenido dudas. -¿Dudas de qué, nena? -Dije cansado. Me miró con los ojos muy abiertos: -De nosotros. Contestó preocupada. Le dije que alguna vez si en todos estos años, pero que era algo normal y tenía claro que la quería y que quería estar con ella, que no era algo de lo que había que preocuparse. Una vez dije aquello se asomó a la ventana y se dejó caer. Por suerte para ella en aquel entonces vivíamos en una primera planta y solo consiguió hacerse daño en una pierna y doblarse un tobillo.
Recuerdo otra ocasión en la que me pidió que le pegase, le dije que era incapaz de eso, que jamás le pondría una mano encima, me llamó inútil y dijo algo relacionado con mis cojones. Sacó un cuchillo de la cocina y comenzó a rajarse los muslos con él, chillaba de insoportable dolor pero no dejó el cuchillo en ningún momento, fui a quitárselo pero solo conseguí llevarme varios cortes en las manos. Vi el libro de Sexus de Henry Miller que por aquel entonces me estaba leyendo y se lo lancé a la cabeza, eso le hizo soltar el arma y llevarse las manos donde el libro la había impactado, logré calmarla no sin antes llevarme unos cuantos insultos y varios arañazos.
Ahora, hace apenas unas horas ha venido con dos paquetes envueltos, muy contenta y sonriente. Me ha dado uno y ha dicho que era para mi, lo he abierto y he encontrado el arma que ahora tengo en la boca, observo estupefacto el "regalo", ella saca un arma igual del paquete que lleva consigo, no sé de dónde coño las habrá sacado, tampoco le pregunto ya que me siento incapaz de articular palabra. -¿Me quieres Jesse?. Pregunta contenta y muy animada. -Joder, si. Logro articular.Se pone a mi lado, me besa y luego me mira: -Muy bien querido, si es verdad que me quieres te veo ahora, ya sabes lo que tienes que hacer y no me hagas esperar, capullo. Dicho esto se coloca el arma en la sien y suena un disparo.
Un sudor frío baña mi cuerpo mientras me exigen que tire el arma y me entregue, es fácil decirlo, pero ella se ha ido sin mi y no quiero dejarla sola allá donde esté. Vuelvo a acariciar el gatillo del arma cuando escucho una voz: -Maldito cabrón, te dije que no me hicieras esperar, ¿qué coño estabas pensando? Capullo.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Mi bohéme.

La áspera voz de Billie Holiday suena de fondo. Ella se encuentra recostada en el sillón sin apenas ropa y yo sentado frente a ella intentando dibujarla. Le relleno la copa de vino y le enciendo un cigarrillo, tiene la mirada perdida, quizás se esté aburriendo conmigo, quizás esté cansada de posar para mi durante tanto tiempo.

Tiro el lienzo al suelo y coloco otro, y ya van tres. Estoy pasando una mala racha y no hay modo de conseguir nada que merezca la pena, es desesperante. El ventilador del techo traquetea sin descanso y el aire corre entre mi camisa abierta, tiro la colilla al suelo y me sirvo una nueva copa, siento que me está observando y que percibe mi frustración, termino la copa de un trago y me sirvo otra. Se levanta del sillón, me gusta verla desnuda aunque no logre plasmarla en mis dibujos, se acerca a mi y se coloca detrás acariciándome los hombros, me pasa una mano entre el pelo y juega con mis cabellos, sabe que me encanta eso, voy a decir algo pero me pone un dedo entre los labios buscando mi silencio, acerca los suyos a mi oído y me susurra algo en francés que no logro entender especialmente bien, la miro y sonrío, ella me devuelve la sonrisa, vuelve a su sitio sin quitarme ojo, muy divertida, me recompongo y vuelvo a intentar dibujarla.

Mientras me enfrento al nuevo lienzo en blanco recuerdo como la conocí, hace apenas unos días nos presentaron en una fiesta, mi colega McGregor había insistido en que lo acompañase y acepté a regañadientes con la excusa de que me pagaría todas las cervezas de la noche, así que me pareció un buen trato. Recuerdo cuando nos presentaron y nos dejaron a solas, cuando comenzamos a hablar descubrimos que no compartíamos el mismo idioma pero no nos importó. Ella sonreía cuando yo hablaba, y yo hacía lo propio cuando hablaba ella en su perfecto francés. A través de los gestos logré hacerla entender que me dedicaba a la pintura y la poesía, aquello pareció despertar su interés cuando me llamó bohémien. Según entendí ella se dedicaba a la fotografía, mas tarde comprendí que aquella fiesta era la inauguración de la exposición de su nueva obra, fue entonces cuando presté cierto interés a las imágenes que colgaban de las paredes, eran todas en blanco y negro y muy melancólicas, solo fotografiaba mujeres y en su mayoría desnudas, una de las fotos era una chica joven tirada en la cama con varias latas de cerveza aplastadas a su alrededor, en otra se veía una mujer sentada con el pecho desnudo mirando fijamente a la cámara, en otra fotografía una mujer estaba apoyada en el marco de una puerta y la cara hundida entre las manos. Realmente me gustó su obra, con ese aire de derrota y esa estética decadente.

No sé como conseguimos entendernos para que ahora ella se encontrase desnuda delante de mi mientras intentaba dibujarla. Dibujé los primeros trazos sobre el lienzo, la miré y me lanzó un beso con la mano, lo cogí y me golpeé el pecho, después de aquello mi mano cobró vida propia y el cuadro comenzó a tomar verdadera forma, de un modo que hasta entonces no me había imaginado capaz, me sentí pletórico, me sentí feliz, no podía dejar de pintar aunque quisiera, pensé por un momento que la sensación podría deberse al exceso de alcohol, así que cogí la botella de vino que estaba a la mitad y la estampé contra el suelo con furia y rabia, luego continué dibujando con aquella sensación de éxtasis que ahora sin lugar a dudas, me inspiraba la delicada francesa. Mi francesa. Mi bohéme.

martes, 2 de noviembre de 2010

Blanca noche.


Salimos del piso extasiados y destrozados. La noche se ha alargado tanto que pronto amanecerá. Esperamos el ascensor para que nos baje a la calle, mientras esperamos la observo, está demacrada y tiene un poco de coca en la punta de la nariz, le paso un dedo para limpiársela y luego me lo llevo a la boca. Yo tampoco me encuentro nada bien, mi corazón bombea de forma arrítmica y siento que estoy en el límite.
Entramos al ascensor y nos observamos en el espejo, mirando nuestras caras, luego nos miramos a los ojos y sin decir nada estamos de acuerdo en que nos hemos vuelto a pasar, una noche más. Saca un tarrito en el que guarda un poco de coca, hunde un dedo en él y se mete un tiro, me ofrece poniendo su dedo delante de mi cara y a pesar de todo no me lo pienso dos veces. Apoya la cabeza en mi hombro y ahora todo me importa una mierda.

Salimos del ascensor dando tumbos por la calle, nos tapamos los ojos con las manos aunque el sol aún no ha salido, pero la claridad nos resulta insoportable. Ando muy deprisa, directo a la parada de taxis, ella va tras de mi tirándome de la chaqueta, prácticamente voy corriendo y no puede seguirme el ritmo, pero no paro ni un instante, no logra seguir mis pasos y termina cayendo al suelo, me acerco a levantarla cuando saca el puto tarrito de coca, le golpeo la mano que lo sostiene y el tarrito cae al suelo derramando lo poco que queda, luego le golpeo en la cara, la agarro de un brazo y la levanto, entramos a un taxi, doy una dirección mientras me limpio la sangre que cae de mi nariz con la manga de la chaqueta.
Llegamos al piso, su piso. Nos tiramos vestidos en la cama, ella se duerme al instante, yo no logro conciliar el sueño pensando que al amanecer me sentiré viejo y cansado, aparto esos pensamientos rápidamente y observo su cuerpo tirado de cualquier manera mientras los primeros rayos del sol entran por la ventana, al final caigo rendido por el sueño. Mañana sería un nuevo día... o no.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Desconocida.

No me gustan las fiestas. Pero ahí me encontraba, rodeado de gente estúpida. Fui invitado por la revista "The Other Side", la cual publicó uno de mis relatos, les gustó tanto que incluso insistieron en hacerme una pequeña entrevista "para conocer mejor al autor", fue ahí donde me invitaron, sentí la obligación de asistir dado que habían mostrado un cierto interés en mi.

La fiesta se encontraba en un chalet a las afueras de la ciudad, había barra libre en la segunda planta, que servía de gran ayuda para aguantar todo aquello. Estaban invitados algunos de los artistas mas reconocidos; pintores, músicos, poetas, diseñadores y escritores; Aunque lo único que yo veía eran caras demasiado pulcras, demasiado inocentes y limpias, demasiado inmaduras e hipócritas.

Reconocí a algún pintor y a algún músico. A mi también me reconocían, me saludaban estrechándome la mano y sonriendo falsamente, yo hacía lo propio, por suerte mi Vodka7 ayudaba a soportar aquello, de otro modo hubiera salido corriendo presa de un incontrolable pánico.
Había gente por todos lados, unos iban de aquí para allá saludando a todo el mundo, otros se concentraban en pequeños círculos de cuatro o cinco personas y solo hablaban entre ellos. -Señor Custer, un placer verlo aquí, para nosotros es un honor. Dijo el director de "The Other Side", él mismo se había empeñado en hacerme esa pequeña entrevista y convencerme de que asistiera a la fiesta. -Gracias a ustedes por invitarme esta noche, el placer sin duda es mio. Dije sonriendo y con toda la sinceridad que me fue posible. Me preguntó por mis proyectos, hablamos sobre la fiesta y la bebida, intercambiamos un par de palabras más y luego continuó saludando a más invitados, sin perder por un momento la sonrisa que lo acompañaba a todos lados.

Fui al baño para despejarme de tan anodina conversación y dejar de sonreír como si todo fuera maravilloso. Me miré frente al espejo mientras me lavaba las manos, tanteé mi rostro, mis ojos y las arrugas que los envolvían, me toqué el pelo con las manos húmedas, sin duda necesitaba un buen corte, pensé que los años podrían haberme tratado mucho peor. Me fijé en una mancha de vino que tenía en la pulcra camisa blanca, logré apañármelas para disimularla un poco con la corbata, pero aquello no fue una solución, no me importó. Practiqué la falsa sonrisa y salí del baño armado de valor.

Me encaminaba hacia las escaleras que conducían a la segunda planta, ansioso por llegar a la barra a pedir otra copa justo cuando escucho una voz tras de mi: -¿Jesse Custer?. Me giro y observo a un joven sonriente tendiéndome la mano. -Si. Le contesto mientras le ofrezco la mía. -Buenas señor, soy Jack Pickman. Dice mientras me entretengo en recolocar la corbata para disimular la mancha de vino. -No sé si me recuerda Sr. Custer, le envié algunos de mis poemas junto algunos reportajes en revistas, ¿recuerda?. Dije que no con la cabeza mientras seguía atareado con la corbata, no tenía tiempo para prestarle demasiada atención al joven, necesitaba una copa. Pero el tal Pickman era muy insistente: -Bueno, Sr. Custer, aprovechando la ocasión de tenerlo delante quisiera saber su opinión sobre mi poesía, no sé si sabrá que auto edité mis dos libros y muchas editoriales están fijándose en mi. Lo miré incredulo pensando por qué no me dejaba tranquilo. -¿Y bien, Sr. Custer?. Preguntó de nuevo. Justo en ese momento por detrás del joven pasó la mujer mas espectacular que había visto en mucho tiempo. La seguí con la mirada y me encaminé tras ella dejando allí plantado al tal Pickman, el cual gritó algo mientras me marchaba pero no supe qué ni me importó.

La desconocida se movía con delicadeza exquisita, moviéndose de un grupo de personas a otro, sus movimientos eran deliciosamente suaves, sensuales. Llevaba un vestido negro y largo, su melena, también negra, le caía por la espalda recorriéndola con tacto de seda.
La seguí por la sala a varios metros de distancia para no asustarla, aunque en realidad ardía en deseos de agarrarle la cintura y sentir su cuerpo entre mis manos.
La noche cobró otro significado, había dejado de importarme estar en aquella fiesta, la desconocida acaparaba toda mi atención.
Se movía de aquí para allá, no se estaba quieta ni un segundo, sujetaba una copa en la mano que de vez en cuando se llevaba a los labios, pintados de rojo, para dar pequeños tragos. Se percató de que la seguía a todos lados pero pareció no molestarle, es más, hubiera jurado que se estaba divirtiendo, de vez en cuando me echaba una mirada y sonreía, yo le devolvía la sonrisa sin quitarle ojo. De pronto anduvo directa hacía mi hasta quedar cara a cara, me tendió su copa con una sonrisa: -Para ti, querido. Fue todo lo que dijo. Me quedé mirando la copa, le eché un largo trago, fantaseé con que aquel sabor amargo también había recorrido su garganta y perduraba en su boca. Cuando alcé la vista de la copa no logré encontrarla de nuevo, me puse nervioso, miré a todos lados pero no di con ella, me moví por toda la sala cada vez mas desesperado, subí a la segunda planta pero tampoco la encontré, comencé a agobiarme y la insoportable música de la fiesta comenzó a taladrarme la cabeza. Sentí como si hubiera salido de algún tipo de hechizo, de algún encanto celestial. ¡Incluso pensé que aquella mujer solo formaba parte de mi imaginación!. Pensaba en esto cuando una mano se posó en mi hombro, era un grupo de jóvenes con varias copas de más, se proclamaron aficionados a mi literatura, comentaron algo de las cosas que escribía e hicieron algún comentario sobre las mujeres que había escrito. Me pidieron hacerme una foto con ellos, me aparté la corbata para dejar al descubierto la mancha de vino y posé con ellos, luego uno de los jóvenes señaló la mancha y comentó algo gracioso que no entendí muy bien. Estaba desesperado, necesitaba a mi desconocida, urgente.

La di por perdida. Salí al jardín a tomar un poco el aire. Era grande, iluminado por varios focos, había una piscina enorme y muchas mesas ocupadas por varios grupos de gente que hablaban sin cesar, alardeándo del dinero que tenían. Incluso fuera del chalet era imposible deshacerse del desagradable murmullo del parloteo de la gente. De todas formas mi nueva copa obtenida gracias a la desconocida, hacía aquello más soportable, aunque no sé de qué manera. De pronto dos jóvenes comenzaron a correr uno tras de otro por todo el jardín armando un gran escándalo, uno agarró al otro y lo empujó a la piscina, pero ambos cayeron dentro salpicando algunas mesas, a unos les hizo gracia y rieron y aplaudieron, otros miraron sin decir nada, yo continué bebiendo. Malditos criajos.

Me senté en una mesa vacía apartada de los focos y alejada de la gente, no quería contacto con nadie, no quería conversaciones triviales ni sonrisas hipócritas. Tanteé mis bolsillos hasta dar con una cajetilla de tabaco, saqué un cigarrillo y cuando buscaba una cerilla una mano me tendió fuego. Encendí el cigarillo, aspiré una buena calada, alcé la vista y la vi, mi querida desconocida, de pie delante de mi observandome con detenimiento. Le ofrecí un cigarrillo, lo aceptó y se sentó a mi lado. Fumamos tranquilamente. -Pensé que insistirías un poco mas en buscarme. Dijo mirando a los jóvenes que salían empapados de la piscina, riendo y abrazándose amistosamente. -Pensé que mi imaginación me jugó una mala pasada, y que no eras real. Fue lo único que supe decir. Me miró sonriendo, se lo estaba pasando bien con aquello: -¿Aún lo sigues pensando, querido?. Di una calada al cigarrillo: -Ahora mismo no estoy seguro de nada, nena, excepto que eres lo más espectacular que he visto en mucho tiempo. Movió lentamente la cabeza, quizás pensando en que estaba exagerando demasiado, quizás decepcionada después de hablar conmigo. Pero me gustaba de veras, era la mujer mas sofisticada que había visto en mucho tiempo, su forma de sostener el cigarro y llevárselo a los labios, el modo de caminar, de moverse, cada gesto la hacía especial, era única; Una mujer en peligro de extinción: -Te gustaría follarme, ¿verdad?. Ahora era yo quien se divertía con la conversación, aunque no entendí muy bien por qué dijo eso: -¿Lees el pensamiento, nena?. Le dije divertido. -Me pones, Custer, me pone tu forma de escribir, tus historias, tus relatos y poesías, me pone tu explicitud tu lenguaje soez, la perfecta imperfeción de tu estilo único.
Una vez dijo aquello se lenvató, tiró el cigarrillo y lo chafó con el pie, me agarró del brazo levantándome de la silla y tiró de mi. Me dejé llevar, no tenía mas opción, o no quería tenerla. Cruzamos todo el jardín así, ella completamente decidida y sujetándome del brazo, y yo dejándome llevar. Era divertido. Algunos nos miraban y hacían algún comentario, otros no se dieron cuenta o no querían prestarnos atención. Entramos al chalet, pasamos entre medio de mucha gente, yo me tropezaba sin querer con todos, pintores, músicos, poetas, diseñadores, todos chocaban conmigo y yo con ellos.

Llegamos a los servicios, ella entró primero y luego tiró de mi, cerró por dentro y se lanzó hacia mi, me besó metiéndome la lengua hasta la garganta y mordiéndome los labios, aquella mujer, mi desconocida, era la lujuria en estado puro.

Me dejé llevar, y ella me guió hasta el agujero mas profundo de su ser, hasta encontrarme completamente dentro, recuerdo como olía, el aspecto que tenía, la sensación que me producía, como jodía mientras penetraba más y más profundamente en la insondable caverna. Mi desconocida se encuentra empapada, asfixiada, retorciéndose, se escuchan los jadeos, los gemidos, los suspiros de placer, la observo abrir las piernas para liberarse y cada orgasmo es un gemido de insaciable placer, de deseo, de más, más y más. Oigo como las paredes se derrumban, oigo como nos llaman desde fuera, oigo golpes, pero estamos clavados el uno al otro y solo queremos devorarnos. Pierdo el recuerdo de las palabras, pierdo el recuerdo de mi propia existencia, pierdo el recuerdo de la vida. ¿Cómo habíamos llegado a aquel punto, más allá del alcance de la conciencia?. La oí gritar mi nombre, la oí maldecir y chillar de rabia, lo oí todo amplificado un millón de veces, oí como se corría y todo terminaba.

Decidió escapar por la ventana abierta que daba al exterior, dijo que no era buena idea volver a la fiesta después de lo ocurrido, que prefería evitar las miradas. Recogió su ropa y yo hice lo propio con la mía, salimos desnudos por la ventana, empezamos a correr, yo detrás de ella, uno de mis zapatos que llevaba enrollados entre la ropa cayó al suelo, me detuve a recogerlo y pierdo su pista, la vi a lo lejos desaparecer, quise gritar su nombre pero ni siquiera lo sabía. -¡Espera!. -¡Espera!. Demasiado tarde, desapareció, desapareció para siempre y el peso del mundo golpea mi espalda, jamás me perdonaría haberla dejado escapar, el resto de mi vida sería su espera eterna. Al menos me había dejado algo sobre lo que escribir. Y eso hice.