viernes, 23 de abril de 2010

Un pequeño trato.

Necesitaba una nueva máquina de escribir, la anterior la tiré por la ventana después de pasar varios días sin conseguir una frase que valiera la pena. Me encontraba en el centro comercial rodeado de gente a la que le importaba una mierda, igual que ellos a mi. Estaba observando los nuevos modelos de máquinas en el Brother's, pensando en que todas eran demasiado caras. Una dependienta se acercó sonriente.

-Buenos días caballero ¿puedo ayudarle en algo?.
-Buenos días señorita, necesito una máquina de escribir.
-Muy bien, ¿es usted escritor?.
-Se hace lo que se puede.
-Muy bien, si me acompaña le mostraré los distintos modelos de los que disponemos.

Echó a andar y yo la seguí un paso por detrás, me fijé en su culo, era estupendo, se contoneaba a cada paso que daba, pensé agarrarlo con ambas manos y apretarlo con fuerza cuando de pronto se paró, señaló uno a uno los distintos modelos de máquinas de escribir.

-Este nos ha llegado nuevo esta semana, tiene las teclas mas suaves. Este otro se vende mucho, es un modelo mas estándar. Este de aquí es un modelo mas reducido, perfecto para viajes, y este aunque mas tosco posee un elegante diseño para personas mas sofisticadas. ¿Cual desea?.
-Oh, son todos muy bonitos pero se salen de mi presupuesto.
-No se preocupe, puede pagarlo a plazos.
-Oh, eso está muy bien señorita, pero resulta que yo me gano la vida escribiendo y hace tiempo que no escribo nada decente, no sé si me entiende.
-En ese caso hagamos un trato, usted escribe algo para mi y si me gusta le regalaré una, la que usted desee.
-Oh, eso está muy bien señorita, pero yo no dispongo de máquina de escribir con la que poder escribir.
-Hágalo a mano.

Se dio la vuelta, echó a andar y atendió a otros clientes. Yo me quedé ahí parado pensando en lo que me había dicho, ¿escribir algo a una tipa a la que no conocía y conseguir una máquina gratuitamente?, ni siquiera sabía como se llamaba, decidí acercarme a preguntarle el nombre. Estaba hablando con otra gente sobre otras cosas, yo esperé a que terminase para abordarla, metí las manos en los bolsillos y esperé paciente, esperé y esperé pero aquello no tenía fin, así que decidí interrumpir:

-Perdone.
No hubo respuesta, ella continuó hablando y hablando con sus clientes.
-Ejem...
Ella seguía a lo suyo.
-Señorita, discúlpeme un momento.
Continuó mirando sonriente a los clientes mientras asentía con la cabeza.

No me hizo ningún caso, tuve que dejar de insistir, por vergüenza mas que otra cosa. Salí del Brother's, luego del centro comercial, pensando en qué podría escribir sobre ella, subí al viejo volks y arranqué, encendí un cigarrillo mientras pensaba si realmente me regalaría una máquina solo por escribirle algo, pensé incluso si la conversación había sido real o me estaba volviendo rematadamente loco. Conduje entre el tráfico de la ciudad, con las ventanillas bajadas y la radio encendida.

Buenos días oyentes del "Long Play", son las once treinta y ocho minutos, les informamos que el tráfico en la ciudad hoy será denso, no se prevé que la temperatura baje de los treinta y dos grados. No se olviden de respetar el límite de velocidad.

Pensé en escribir sobre como sería su vida, la imaginé sonriente en su trabajo dando los buenos días a los clientes, con su impecable uniforme del Brother's cada mañana, gastando bromas con sus compañeros de trabajo, fumando cigarrillos en los descansos mientras conversaba sobre cine o música.
La imagine llorando en los servicios del Brother's, dándose ánimos para continuar luchando, la imaginé en su hogar, haciendo el amor con un tipo que no la merecía, la imaginé preparándole la cena cada noche y el desayuno cada mañana, la imaginé casada con un hombre que la estaba echando a perder, la imaginé bebiendo alcohol a solas cuando llegaba del trabajo antes que él.

La imaginé manteniendo una conversación con un tipo que necesitaba una máquina de escribir.

Imaginé la conversación en la que ella le pedía un relato... y eso hice.

martes, 20 de abril de 2010

Poeta

El poeta,
acaricia cicatrices
de heridas ya cerradas.

El poeta,
hunde su yema
en heridas abiertas.

El poeta,
eriza la piel
de corazones rotos.

El poeta,
llora,
gime,
aulla,
lamenta
y arranca
versos inconclusos
de almas desgarradas.

El poeta,
es como una mano
de largas uñas...

Aprieta fuerte
y no te suelta.

lunes, 19 de abril de 2010

Una vez en la vida.

La encontré en el metro, estaba sentada enfrente de mí, no podía apartar la mirada de sus enormes tetas, se daba cuenta que no le quitaba ojo, pero no podía evitarlo. Observarla era maravilloso. El traqueteo del vagón me estaba revolviendo las pelotas cuando llegamos a mi bajada, pero decidí quedarme, estaba hipnotizado por aquella mujer. Supuse que la estaba molestando, pero no me importó.
Un par de paradas mas adelante ella bajó, y yo la seguí, la perspectiva que me ofreció desde atrás no tenía desperdicio, tenía unas largas piernas, tenía estilo para andar, tenía clase, y con qué forma contoneaba el culo, era una diosa. Salió a la calle, anduvo entre la gente, abriéndose hueco, y yo detrás, observando su culo. Me metí una mano en el bolsillo del pantalón y me rasqué la polla. Paró en un semaforo y pensé en tocarle el culo cuando de pronto se giró, y ahí me encontró, con la mirada en su culo y hurgándome las pelotas, no sé que pensaría al verme así, pero no me importó.

Entró a un bar y yo detrás, hipnotizado. Tomó asiento en la barra y yo a varios metros de ella. Sacó del bolso un paquete de tabaco y se llevó un cigarro a la boca, me fijé en su boca, en sus labios, eran muy carnosos, imaginé como me acariciaba el pene con ellos. El camarero le sirivó una cerveza y yo me pedí otra. Se la acabó prácticamente de un trago y se largó sin pagar, eso me pilló por sorprensa, actué rápido, pagué lo suyo y lo mío y salí corriendo para no perderle la pista, me sacaba un par de calles de distancia, pero en unos minutos volví a estar pegado a su culo. Anduvo durante un buen rato, a veces se giraba para comprobar si continuaba tras ella, imaginé que la estaba asustando, pero tampoco me importó.

Ya no sabía muy bien dónde me encontraba, no conocía aquel barrio, pero ya buscaría el modo de volver a casa. Al cabo de un rato metió la mano en el bolso y sacó unas llaves, me puse nervioso pensando que tendría que dejarla marchar y olvidarme de ella. Todo llegaba a su fin. Mientras pensaba esto vi como metía la llave en la cerradura de un portal y penetraba en él, corrí hacia la puerta, llegué a tiempo justo antes de que se cerrara y entré, no me lo pensé dos veces, estaba verdaderamente obsesionado con aquella mujer.
La vi esperando el ascensor, me dediqué a observar sus enormes tetas, ella me miraba muy fijamente, pero no dijo nada.

El ascensor llegó y se metió dentro, y yo detrás. Estábamos muy cerca, frente a frente, podía sentir su olor, un olor intenso a sudor y sexo. No me apartaba la mirada, de pronto abrió la boca por primera vez: -Fóllame. Yo me bajé la bragueta, pero no me saqué nada, ella respiraba muy profundamente. El ascensor paró y entro a su piso, y yo detrás.

La seguí por el pasillo hasta el salón, se quedó mirándome sin decir palabra. Yo seguía con la bragueta bajada, le pedí que me sacara la polla con la boca, ella se acercó, se arrodilló y hundió la cara en mi bragueta, al cabo de un momento sentí su lengua húmeda hurgando en mi entrepierna. Sentí sus labios carnosos, eran suaves, eran tiernos. Al cabo de un momento consiguió sacármela, la tenía muy dura, me dijo que le gustaba el olor de mi polla, le dije que se fumara un cigarrillo mientras me hacía una mamada, vi como se acercaba despacio al bolso y sacaba el tabaco, también sacó un espejito y una barra de labios, ví como se los pintó de rojo, un rojo intenso, encendió el cigarro y dejó el carmín en el filtro, comenzó a lamermela, iba intercalando caladas con succiones, era genial, de vez en cuando me tiraba el humo a la polla y eso me ponia cada vez mas cachondo, me la dejó llena de carmín, era estupendo.

Le pedí que se desnudase, luego me senté en el sofá con la polla fuera de la bragueta, la coloqué de pie delante de mi y comencé a acariciar sus piernas, subiendo por los muslos hasta llegar a su coño, estaba caliente, besé su bello púbico y abrió un poco las piernas, aproveché aquello para meterle un par de dedos, estaba húmeda y entraron sin problemas, comenzó a gemir suavemente, eso me exitó y me puse a batir su coño con la mano que tenía dentro, al cabo de un momento estaba chorreando, se puso a gritar como una loca, yo tenía la mano pringada pero seguí batiéndola, de pronto me apartó la mano, respiraba entrecortadamente, estaba sudando y la noté muy excitada, yo estaba a punto de reventar, continuaba sentado y le pedí que se arrodillase ante mi, le agarré la cabeza y le metí la polla en la boca, se la metí muy hondo, sentía su lengua caliente lamiendo y jugando con mi rabo, dí un par de embestidas así y la saqué de ahí.

Le pedí que colocase las manos en el suelo, me lenvaté y la agarré de las piernas en plan carretilla, se la metí así, le estuve dando en aquella posición durante un rato, luego paré y la senté encima de mi polla, ella empezó a trabajar, vi el paquete de tabaco a mi lado, lo agarré, saqué un cigarrillo mientras ella le daba duro, fumé con calma, disfrutando de aquello, de pronto empezó a insultarme, yo le tiré el humo a la cara y no dije nada. Probé a golpearle el trasero con una mano, pareció gustarle.

La aparté de encima, le di la vuelta contra el sofá y la bombeé con fuerza mientras ella chillaba como si la estuviera violando, acabé corriendome dentro. Ambos acabamos exahustos, sin apenas poder respirar, ella se vistió, yo me subí la bragueta, después me pidió que me marchase, que sus hijos estaban a punto de volver del instituto, le pregunté si volvería a verla, me dijo que no lo sabía, que tenía que irme rápido, salí de su casa, salí a la calle y eché a andar sin saber dónde me encontraba, entré a una parada de metro para buscar dónde tenía que dirigirme, todo esto mientras me olisqueaba una y otra vez la mano que me había dejado pringada, subí al metro y pensé que algo así solo ocurre una vez en la vida.

sábado, 17 de abril de 2010

La estación de tren.

Llego tarde, todos los asientos en los vagones del tren están ya ocupados, parece que vaya a reventar, incluso hay gente de pie en los pasillos, no cabe un alma, es un caos, me agobio solo con verlo.

El tipo de la taquilla no me avisó de aquella situación al venderme el billete. Debería volver y partirle la cara, como si él no fuera consciente de que había vendido mas tickets de la cuenta.

Recorro el tren por fuera, observando por las ventanillas como la chusma es capaz de aglomerarse así, cada vagón es peor, pero tengo que decidir subir o quedarme, llego hasta el último vagón, es ahí o nada. Aparto sutilmente al gentío para hacer hueco a mi maleta y a mi. Parecemos sardinas enlatadas. Pienso que no soy capaz de aguantar un viaje así, que me falta el aire, que necesito espacio, cuando de pronto aparece un grupo de chinos, no tengo nada en contra de ellos, pero siempre aparecen en multitud. También ellos han andado hasta el último vagón y piensan que es aquí o nada. Ni siquiera hay espacio para respirar. Parece que se dan cuenta de eso, y suspiro de alivio.
De pronto se ponen a discutir entre ellos, y uno, el jefe según deduzco, agarra una maleta e intenta meterla a presión entre la multitud de la que formo parte. Luego viene lo peor, los chinos empiezan a hacerse sitio, están decididos a entrar de cualqueir forma, parece el fin.

El tren anuncia que parte en breve, y eso nos pone a todos nerviosos, especialmente a los chinos que intentan hacerse hueco. Me planteo seriamente bajar de ahí. Lo pienso un segundo, luego intento moverme, pero resulta imposible, vuelvo a intentarlo pero no hay suerte. Me pongo nervioso, siento que me falta el aire, necesito respirar, necesito mi espacio. El tren anuncia el último aviso, los chinos se ponen aún mas nerviosos y empujan con más fueza para entrar. En un último intento de desesperación agarro la maleta y con todas mis fuerzas tiro hacia la salida, me siento aplastado entre los cuerpos. La gente me farfulla idioteces, pero yo sigo empujando con fuerza, consigo salir, pero la maleta queda atrapada entre la gente, tiro, vuelvo a tirar, se escucha un grito, se escuchan varios gritos, luego varios insultos. Al fin consigo sacar la maleta de ahí, el tren anuncia que cierra sus puertas. Echo a andar por la estación sin saber qué hacer, me acerco a una cabina, marco un número y espero.

-¿sí?
-Nena, no puedo irme en ese tren, esto es peor que el infierno, voy a dejar que el tren se vaya sin mi.
-¿Qué dices? Venga, vuelve para dentro, te van a quitar el sitio.
-Demasiado tarde nena, estoy abajo y no pienso volver, no hay aire ahí dentro, no hay sitio para mi nena, es peor que el infierno.
-Bueno, vale, no te muevas, voy a buscarte.

En la estación sólo quedamos mi maleta y yo cuando ella llega.
-¿Qué has hecho con el ticket del tren?.
Hurgo en los bolsillos y se lo doy.
-Joder, Jesse, no creo que puedas recuperar el dinero ahora.

Me agarra de la chaqueta y me arrastra a las taquillas. Habla con el tipo que me vendió el ticket, está alterada, dice algo del infierno y del aire. Luego veo como guarda el dinero que le devuelven.

Salimos de aquel lugar y me lleva a su casa.

-Gracias nena, no sé como lo haces, siempre estas ahí para salvarme de mi locura, de mi desesperación, para hacerme comprender que las cosas no son tan complicadas.
-Jesse, no me vengas con cursilerías.
-Eres la mejor, nena.

martes, 13 de abril de 2010

Como uno mas.

Un día perdí la cabeza, pero no literalmente ya que la seguía llevando sobre los hombros. Me refiero a la cordura, sí, la perdí completamente. Pero no era consciente de ello, y no lo hubiera sabido de no se por un chico que se acercó y me dijo: -¡Señor!, ¡Ha perdido usted la cordura!-. Yo lo miré con los ojos muy abiertos.

El joven parecía muy nervioso, -¡No tema señor, la encontré ahí tirada!-. Señaló una alcantarilla abierta. Me acerqué a mirar dentro, pero todo estaba muy oscuro, así que me metí, me topé con algo que parecía un trozo de carne cruda, pero debía ser mi cordura, sería a lo que el chico se refería. Cogí el trozo de carne, estaba blando y pringoso, no olía muy bien. Me lo metí en un bolsillo. Miré a mi alrededor y vi varias cosas mas, el chico estaba a mi lado y me miraba con los ojos muy abiertos, estaba muy nervioso y parecía excitado. Me dijo que todas esas cosas que allí había tiradas también eran mías. Yo lo miré con los ojos muy abiertos. Fue señalando uno a uno todos esos desperdicios: -Eso es su conciencia, eso otro su estado de ánimo, y aquello que parece podrido es su sentido común. Me quedé mirando aquellas cosas, me acerqué y fui tomándolas, las guardé como pude en los bolsillos rotos del pantalón, todo quedó apretujado y revuelto. El chico me dijo que si comía todo aquello por fín podría ser una persona normal, que podría ser uno más en la sociedad.

Salí de la alcantatarilla y me quedé plantado mirando la gente pasar, decidí dar una vuelta con aquello apretujado en mi pantalón, observé todo con gran detenimiento, la gente haciendo la compra, paseando a sus perros, parejas caminando sin rumbo cogidos de la mano, las madres recogiendo a sus hijos de la escuela, los ancianos sentados en el parque o contemplando las obras sin mucho más que hacer, los jóvenes mirando el trasero de las muchachas y éstas, pobres ignorantes riéndoles las gracias, todos acomodados en su fácil, sencilla y cómoda vida.

Después de eso volví a casa y eché todo aquello que apestaba mis pantalones por el retrete, luego pensé, ¿una persona normal?, ¿uno más de la sociedad?. Tiré de la cadena. Todo aquello volvió al lugar de donde vino, de donde no debió salir.

Profundas Reflexiones.

Me encontraba sentado
en la taza del retrete,
intentando hacer lo mío.

Leía el periódico,
mientras intentaba concentrarme.

Pero apenas me enteraba
de lo que estaba leyendo.

La tenía a ella metida en la cabeza
y eso me impedía
concentrarme en nada mas.

Me la imaginaba
mirándome con sus grandes ojos,
y con esa boca enorme.

No me dejaba tranquilo,
ni a la hora de hacer mis necesidades,
dejé el periódico y me rasqué la cabeza.

Pensé en masturbarme
aprovechando que la tenía
de nuevo en mente.

Luego descarté la idea.

No me pareció limpio
cascármela mientras jiñaba,
y pensar en ella.

Quizá si hubiera sido otra...

lunes, 12 de abril de 2010

El viejo tocadiscos.

Poníamos el viejo tocadiscos cada noche, no importaba que música fuera. Ella bailaba y bailaba para mi, y con dos copas de mas era yo quien bailaba para ella. Bailábamos todas las noches. Nunca juntos. Era un juego, un juego genial. Y cada vez era diferente. Disfrutaba mirándola, ella se reía mucho cuando era yo quien bailaba, tropezándome con todo, intentando coordinar un pie con otro pero siempre sin logarar nada. No importaba que sonara el teléfono o que llamaran a la puerta para que bajáramos el volumen, o que los vecinos pegaran voces, maldiciendo nuestra música. Solo importaba bailar y bailar al son del viejo tocadiscos, bailar toda la noche, y reír, reír toda la noche.

El resto del día no nos soportábamos. Nos odiábamos. No podíamos aguantarnos, esperábamos cada día a que cayera la noche para poner el viejo tocadiscos, y olvidarnos de todo mientras bailábamos y bailábamos. Era el único momento del día en que disfrutábamos juntos. ¡Incluso nos reíamos!. Era un juego, un juego genial, y era nuestro, solo nuestro.
Pero ella empezó a invitar gente a casa cada noche, para que me vieran bailar, para que me vieran borracho y como me estampaba contra el suelo cuando bailaba. Eso no me gustaba, me incomodaba pero a ella parecía encantarle y reía mas y mas que cuando bailábamos solos. Así que lo dejé pasar... al principio.

Los demás nunca bailaban, solo miraban y daban palmas mientras gritaban una y otra vez; -¡Baila!, ¡baila borracho!, ¡baila!. Y todas las noches fueron iguales, aquel salón lleno de gente, que se bebían mis cervezas, escuchaban la música de mi viejo tocadiscos, se fumaban mis cigarrillos, los hombres desnudaban a mi mujer con la mirada, y de mí se reían a carcajadas, las mujeres solo me llamaban para ridiculizarme, para tomarme por ignorante. No soportaba a nadie.

Un buen día me cansé. Ya estaba bien. Ya no quise mas. Una noche me quedé quieto mientras todos daban palmas y reían y gritaban y me miraban esperando que hiciera algo gracioso, pero para mi ya no tenía sentido, me quedé observando sus grotescas caras de felicidad y sus gestos mundanos. Gritaban mi nombre incitándome a seguir bailando. Pero seguí ahí quieto. Paré la música. Pero sus voces no cesaron, seguían gritando y dando palmas. Agarré a una muchacha que tenía al alcance, tomé su cuello y la besé metiendole mi lengua húmeda hasta la garganta, hacía amagos de apartarse pero la tenía fuertemente agarrada del cuello. La solté. Escupió. Aquel gesto consiguió al fin que todos los presentes callasen. Silencio. Y ahí seguía yo, quieto, observando como sus miradas desprendían odio hacia mi.
Mi mujer se levantó, se acercó a mi y me derramó su vaso, no sé que contenía pero olía a mierda, me pregunté que clase de bebida estaría tomando, da igual, no importa. Me dijo que no quería volver a verme, que ya no era gracioso. Yo no dije nada. Tomé mi viejo tocadiscos y salí de ahí.

Alquilé una habitación en una pensión y comencé a bailar delante de un espejo, ahí me vi por primera vez bailando solo, completamente borracho, tropezando con la cama, con los muebles y las paredes, me caí al suelo, me levanté con gran esfuerzo. Me sentí patético, me encendí un cigarro y seguí bailando delante del espejo toda la noche, con mi camisa sucia y mi orgullo limpio.

Nunca mas volví a saber nada de ella ni de sus fiestas.

viernes, 9 de abril de 2010

Una tarde con el viejo Hank.

Era una tarde
en compañia del viejo Hank,
terminamos unas latas
y abríamos otras,
era una forma
de pasar el tiempo.

-Los jóvenes de ahora,
no respetan el arte,
no respetan nada,
piensan que están
por encima de todo,
por encima de todos.

Dijo el viejo Hank.
Yo lo miré pensativo,
mientras sostenía
mi lata de cerveza.

-Hank, ¿crees que
nos estamos quedandando atrás,
que nos hemos hecho mayores?.

El viejo me miró,
pensativo y muy serio.

-Custer, nosotros
nunca nos quedaremos atrás
estamos un paso
por encima de todo,
por encima de todos.

Nos terminamos las cervezas
y nadie dijo nada mas.

Las mujeres y yo.

Me despierto en una habitación
que no es la mía,
estoy desnudo y acompañado.

A mi lado hay una chica,
duerme, es jóven y guapa,
demasiado atractiva para mí.

Me levanto y me ducho,
vuelvo desnudo y en la habitación
ya no hay nadie.

No consigo recordar nada
de la noche anterior,
aunque no necesito mucho,
para imaginar que sucedió:

Chico conoce chica, o mejor,
monstruo invita a chica a un trago,
después de la primera copa
viene la segunda y la tercera,

y así sucesivamente.

Chico, o mejor dicho, monstruo,
quiere acostarse con chica,
pero no recuerda el camino a casa,
así que paga una habitación
en el primer hostal con el que se cruza.

A ella solo le interesa
la bebida que él lleva consigo
y los billetes que guarda en la chaqueta.

Llegan a la habitación,
un tugurio cualquiera,
más alcohol, mas humo,
mas insultos y mas sexo.

Fin de la historia, es así de fácil.

Me asomo a la ventana,
observo a la gente
y me fijo especialmente
en las mujeres.

Imagino como les hago el amor
a cada una de ellas, imagino
el comportamiento en la cama
de cada una de las que pasan.

Hago esto como entretenimiento,

No soy un vicioso, no soy un enfermo,
no tengo ningún problema con las mujeres.

Tengo problemas sin ellas.

Paula.

Fui a casa de mi colega MacGregor, habíamos quedado para ir al hipódromo, los domingos no había mucho que hacer, y apostar ayudaba a pasar el tiempo. Su portal estaba abierto cuando llegué, entré y comencé a subir los escalones hasta llegar al cuatro piso, golpeé la puerta con el puño y esperé.
Abrió una mujer, no supe quien era. -El señor MacGregor ha tenido que salir urgentemente con su señora-. dijo. -Oh, dije yo-.
Deduje que la tenían contratada como criada, era joven, era alta, era guapa, era muy guapa. Me invitó a entrar y esperar a MacGregor, no tenía nada que hacer así que entré. Me acomodé en un sillón y esperé.

-Usted debe ser el señor Jesse Custer-, dijo la chica guapa. -Sí, soy yo-, contesté. -He leído alguno de sus relatos-, dijo ella. -Oh, ¿y le han gustado?-. Pregunté curioso .-Creo que no tiene ni idea de literatura, y no creo que sea como se describe en sus relatos-. Comencé a incomodarme y ponerme nervioso, no me apetecía discutir con nadie sobre nada, solo quería esperar a MacGregor en silencio. Ella continuó agrediéndome verbalmente, comenzó a decir que no se me daba bien eso de escribir, que era un don nadie, pensé en eso último y en que tenía razón, también dijo que debería dedicarme a otra cosa y olvidarme de la escritura. Me llevé el dedo índice a los labios, en señal de que guardara silencio, pero aquello pareció exaltarla aún mas, pareció ponerse mas nerviosa y acalorada. No me quedó mas remedio que levantarme del sillón, agarrarla de la cintura y meterle la lengua en la boca. Para mi sorpresa ella reaccionó a la par, y me agarró el paquete con fuerza, me dio la impresión de que estuviera esperando aquello, la cogí por el trasero y la eché con furia en el sofá. Le di la vuelta, levanté su falda y se la metí, eso pareció gustarle, sentí que estaba disfrutando y eso me excitó.

Al cabo de unos minutos alguien golpeaba la puerta, nos quedamos callados, quietos, escuchando, la puerta volvió a ser golpeada, esta vez mas fuerte, luego una voz: -¡Paula! ¡Abre!. Era MacGregor. -¡Paula! ¡Me he dejado las llaves, ábreme la puerta!. Nos entró la risa floja, aquella situación me exitó más, MacGregor estaba esperando que le abrieran la puerta mientras yo me tiraba a Paula, su criada. Los golpes continuaron seguidos de mas gritos -¡Paula! ¡Estás con Jesse Custer, ¿verdad?! ¡Paula! ¡Ábreme la puerta!. Yo continué bombeando mientras MacGregor se ponía cada vez mas furioso. Podía haber acabado de echarle aquel polvo a aquella muchacha, pero cada vez que sabía que me iba a correr, aminoraba el ritmo, pensaba en MacGregor sin poder entrar en su propia casa. Al final terminé, y cuando lo hice MacGregor ya se había ido. Nos limpiamos, me despedí de Paula y me fui solo al hipódromo, terminara como terminase el día, hoy había sido uno de esos buenos días.

O'Rourke y las mujeres.

Después de la jornada de trabajo, decidí dejarme caer por un tugurio en alguna calle de la Quinta Avenida, acompañado por O'Rourke. Teníamos la intención de tomar una copa antes de volver a casa, pero solo teníamos la intención, y después de la primera copa llegó la segunda. Solo estaba con O'Rourke para que pagara las copas, ya que yo no tenía ni un solo centavo, por eso solo aguantaba su charla.

-No me gustaría volver a casa con las manos vacías-. Dijo o'Rourke mientras observaba el local en busca de alguna mujer que fuera de su agrado. Claro que para O'Rourke no importaba la clase de mujer que fuera, todas eran de su agrado y ese era el problema, el gran problema.

Pasó una jovencita poco atractiva, en la cual O'Rourke fijó la mirada cuando pasó por nuestro lado. -Eh, guapa, ¿te gustaría una copa?-. La tipa nos observó apenas un segundo antes de responder. -Vale, pero ¿puede venir mi amiga?-. -¡Claro!, dijo o'Rourke. Yo ya estaba preguntándome por qué O'Rourke hacía ese tipo de cosas siempre que salíamos a tomar una copa, ya que desde el momento en que dirigía la palabra a una mujer, ya estaba tramando como deshacerse de ella. La tipa poco agraciada tomó asiento con nosotros junto a su amiga y pidieron una copa cada una mientras hablaban animadamente entre ellas, como si nosotros no estuvieramos ahí.

O'Rourke se acercó para susurrarme al oído: -Eh, Custer, tenemos que deshacernos de estas pendejas, no puedo creerme que tenga que pagarles las copas-. -Muy bien, O'Rourke, dije, -¿y qué vamos a hacer?-. O'Rourke se quedó pensando unos segundos, luego se acabó su copa de un trago y pidió otra ronda para todos. -Mira, Custer, está claro que éstas pendejas lo único que quieren es beber a nuestra costa, solo buscan hombres que las inviten a un trago, así que esto es lo que vas a hacer, vas a levantarte con la excusa de tener que ir a comprar algún medicamento urgentemente, y te quedas en alguna esquina, y me esperas ahí, y dentro de unos minutos, al ver que no vuelves, saldré con la excusa de ir a buscarte, pero no te vayas corriendo y no me dejes tirado, hijo de puta, que la última vez me dejaste solo-. -Muy bien O'Rourke, me parece buen plan-. Yo solo quería salír de ahí cuanto antes, coger el metro, volver a casa y terminar de pillar una cogorza.

Me levanté, salí de aquel tugurio y eché a correr como alma que lleva el diablo, corrí y corrí y cuanto mas corría mas absurdo me parecía todo, y cuando mas absurdo, mas divertido, comencé a reir y cada vez mas, corría y reía pensando en O'Rourke. Pobre muchacho, otra vez lo había vuelto a dejar tirado con aquellas dos tipas, lo había vuelto a dejar solo y con una cuenta que pagar, cuando saliese en mi búsqueda no me encontraría, me buscaría por los alrededores, daría la vuelta a la manzana, pero no daría conmigo, al día siguiente estaría furioso, pero nunca me importó lo que pensara de mi, ni lo que tuviera que decir, solo quería que sacara los centavos de su bolsillo y pagara las copas que me tomaba a su costa. Seguí corriendo, y seguí riéndo, todo era tan absurdo y a la vez tan divertido. Tomé el metro. Por fin llegué a casa.

jueves, 8 de abril de 2010

Todo se consume.

Vaciamos las colillas de los ceniceros, los despojamos de vicio y enfermedad. Le digo: -creo que últimamente estamos fumando demasiado-. Me mira y no dice nada, se limita a encender otro cigarro, le pido que me pase uno. Últimamente estamos fumando demasiado. La casa huele a cerrado y a humo acumulado, las horas se consumen como los cigarros que dan vida y sentido a nuestros ceniceros.

Hace tiempo que nadie viene a visitarnos, exactamente desde aquella discusión, delante de todos los invitados, la cena estuvo bien pero nosotros no tanto. Recuerdo esa noche, ella me dijo que no bebiera tanto, yo estaba borracho y la insulté delante de todos, ella se enfureció y solo supe reirme. Se fue corriendo y se encerró en el baño. Continué hablando con los invitados sobre mujeres y apuestas de caballos, les conté que tenía mi propio método a la hora de apostar, tenía mi propia técnica, solo apostaba a ganador cuando no me importaba perder, el hipódromo solo era una forma de dejar correr el tiempo cuando no sabía en qué emplearlo. De repente, ella volvió a aparecer de nuevo, interrumpiendo mi charla, con el rimel corrido de haber llorado. Llevaba un manojo con mi ropa, y comenzó a lanzármela mientras me insultaba. Los invitados al principio se lo tomaron como una broma, hasta que se dieron cuenta de que la cosa iba en serio. Yo estaba muy borracho, así que solo supe estamparla contra la pared para que se calmara, eso la enfureció mas y comenzó a golpearme como una posesa mientras yo me cubría la cara. Los invitados se fueron y nos dejaron ahí, consumiéndonos como los cigarros que ahora nos fumamos.

-Nena, sabes que en realidad soy un buen tipo-. le dije mientras terminaba mi cigarro -Lo sé, sé que lo eres-. Dijo echándome el humo a la cara, luego apagó su cigarrillo en el cenicero y se encendió otro -¿Sabes?-, dijo, -creo que quizás estamos fumando demasiado-.